Hace algunos años vi una película cuyo título no recordaba, hasta que el Festival Internacional de cine de la UNAM programó una retrospectiva de Tsai Ming-Liang para su onceava edición.
A pesar de no saber el nombre del filme, dos escenas que la conforman quedaron en mi memoria y de pronto aparecieron en momentos de introspección. La primera refiere a un hombre sentado en medio de una construcción, un edificio sin terminar en cuyo centro se ha acumulado agua, misma que refleja las paredes y varillas que forman un semicírculo.
La segunda, sucede en la misma construcción, sólo que esta vez su atmósfera está cargada de humo. Cerca del agua que llena el centro del edificio, se encuentra un hombre que parece estar pescando y una gran mariposa se posa sobre su hombro. Él la aparta de ahí y la sostiene en su mano para impulsar su vuelo, la mariposa da varias vueltas alrededor del pescador y en repetidas ocasiones cae en el agua.
Al ver nuevamente la película, mi mente comenzó a repasar las historias que se entrelazan en ella. Cabe reconocer que al principio es complicado hilar a los protagonistas y entender lo que el director quiere contar. Mientras esto sucede, la cinta se detiene en algunos paisajes citadinos que se componen de habitaciones y calles transitadas. Las escenas transcurren lentamente para establecer el contexto donde se llevará a cabo la narración.
Así, al principio surgen momentos de calma que permiten fijar la atención en imágenes y sonidos propios de cada lugar y mientras avanza la trama, podemos entretejer a los sujetos con sus anhelos, responsabilidades y búsquedas.
El filme Tsai Ming-Liang refiere a varios aspectos del ser humano vulnerable, o sea, a la condición frágil que cada uno de los personajes adquiere mediante diferentes situaciones de violencia, enfermedad, imposiciones familiares o sociales, e incluso del amor.
A lo largo de la película, las condiciones y vínculos que van constituyendo a cada individuo son transmitidas a los espectadores mediante gestos, miradas, actitudes; de esta manera los diálogos son innecesarios y esta ausencia permite destacar los sonidos que rodean a los actores, música, noticias de los medios de comunicación, pasos, motores de autos, entre muchos otros.
No quiero dormir solo relata distintas maneras de vincularse con quienes nos rodean. Algunas veces es posible tomar la decisión de cuidar a alguien más, alimentarlo, limpiarlo, acompañarlo y en otras, los lazos familiares o laborales imponen estas actividades. Como sea, son aspectos esenciales del ser humano que parecen ser omitidos por la abyección que implican. Tsai Ming-Liang, nos muestra cuerpos frágiles, dependientes, cansados, sexualizados, enfermos o enamorados, vulnerabilidades originadas en cada individualidad.
Por otro lado, en esta obra fílmica de la primera década del milenio, se alude a lo que rodea a las personas, pues el humo provocado por los incendios los afecta, al punto de cubrir sus rostros para evitar el daño que puede causarles; curiosamente esta escena parece familiar en esta época de pandemia. Sin duda alguna, los cubrebocas improvisados parecen otorgarle a la película un gesto de actualidad.
La experiencia cinematográfica de No quiero dormir solo ofrece momentos de contemplación, los cuales pueden ocurrir mientras la observamos. Pero también momentos de introspección que llegan si permitimos que algunas de sus secuencias queden en nuestra memoria.
No quiero dormir solo (I Don’t Want to Sleep Alone), Tsai Ming-Liang, Taiwán, 2006, 115 min.
Reseña realizada por Fabiola Buenrostro